Las encuestas ayudan a que a una campaña lleguen más políticos, más recursos, más cubrimiento de medios.

Las encuestas son fundamentales para un candidato a una alcaldía, una gobernación o la presidencia. Como son la principal forma de saber en qué va la campaña, impactan las decisiones de todos, desde los candidatos hasta los votantes. Y por eso algunos candidatos las manipulan de diferentes maneras.

A partir de ellas se arman y deshacen alianzas, se pone a sonar para bien o para mal a un aspirante, los líderes sin ideología deciden cuál es el caballo ganador, los financiadores definen a quién darle plata, los medios determinan a quién cubrir y dar exposición y a quién no, y los mismos candidatos determina su estrategia.

Al final, casi todos los candidatos usan por lo menos una encuesta, porque les da la información para saber a qué atenerse, cómo armar su campaña, a qué apuntarle, cuáles son sus debilidades y fortalezas y cómo van sus rivales, y se pueden llegar a gastar mil millones en ellas en una campaña para una ciudad como Bogotá o 300 para una ciudad intermedia tipo Neiva o Santa Marta.

Pero todo ese es el camino serio, responsable, el de usar las encuestas para armar una estrategia. El lío está en manipularlas.

El primer camino es usar alguna de esas (excepto la grande del principio) para filtrarla en medios, sin decir que es desde una campaña y siempre y cuando beneficie al candidato. “Uno no deja ver las encuestas de la campaña, son su mayor tesoro” dice un estratega político. “A menos de que uno tenga pocos escrúpulos y quiera mover el tablero”.

Eso pasó, por ejemplo, en 2011 en Bogotá, cuando un medio publicó una encuesta en la que aparecía punteando en las encuestas un candidato inesperado, que en las otras mediciones no iba tan bien. Al revisar su ficha técnica, resulta que la había pagado ese mismo candidato de su bolsillo y no era parte de las que periódicamente publicaba ese mismo medio.

“Eso no tiene lío”, dice otro estratega “¿No tienen derecho a estar informados los ciudadanos?”

El segundo camino va más allá: manipular una encuesta para venderse como candidato ganador y asustar a sus rivales, buscar que la campaña gane visibilidad y tener un argumento fuerte para seducir a los financiadores y los políticos que quieren apostarle al caballo ganador. Para eso no necesita tanta plata sino una encuestadora que se deje manipular y medios amigos o que pregunten poco.

“Funciona así: uno se consigue alguien que preste el nombre o que necesite plata, le dice qué preguntas hacer

Para eso, es más útil usar encuestadoras pequeñas, desconocidas o incluso sacadas del sombrero.

Por ejemplo, en esas mismas elecciones aparecieron en varios medios nacionales o locales encuestas de una encuestadora que no estaba registrada en el Consejo Nacional Electoral. En todas ellas aparecían ganando candidatos distintos a los de las encuestas conocidas, algo tan llamativo que algunos medios eliminaron luego la información.

De hecho, una de ellas daba como ganador a un candidato a la Gobernación de Antioquia que no estaba bien en ninguna encuesta y a la postre sacó muy malos resultados.

En esa ocasión La Silla Vacía indagó por la encuestadora, encontró que usaba el nombre de una asociación que nos dijo que no la había hecho (pero tenía otra sigla) y luego recibimos una llamada de una persona que dijo representar otra asociación de nombre similar, que tenìa los papeles de la entidad desactualizados varios años por falta de plata y que habìa solicitado al CNE su registro. Quedó de enviar documentos que demostraban sus puntos.

Nunca apareció. Las entidad tampoco quedó registrada en el CNE y tampoco volvieron a aparecer encuestas hechas por ella.

Esas encuestadoras son mucho más fáciles de manipular que las grandes, que se juegan su prestigio y todo su negocio, pero incluso en ésas hay espacio para que un candidato las manipule, así sea sutilmente.

“Eso funciona con todas” dice otro asesor estratégico de campañas. “No en todas es igual, pero uno siempre puede hacer ciertas sugerencias. Y como es el que paga, las suelen seguir. Eso sí, las serias siempre dejan claro que no se van a inventar datos ni a falsear encuestas. Pero hay otras sugerencias que pueden ayudar”.

Esas sugerencias implican meterse en la metodología, de una u otra forma.

Algunas de esas sugerencias van a decisiones que igual hay que tomar, y por eso para dos de los consultados no son manipulaciones, aunque sí influyen.

Por ejemplo, el orden en que la encuestadora pregunte por los candidatos  (cuando Claudia López y Clara López eran aspirantes presidenciales, por ejemplo, ponerlas una junto a la otra podía aumentar la confusión entre ellas), si deben usar los dos apellidos, los nombres completos o el apodo de alguno, si hay que preguntar primero por el alcalde o gobernador, si hay foto (y qué foto) o tarjetón. Todo eso puede influir.

Otra, más obvia, es si preguntar por todos los aspirantes o solo los más opcionados. “Así es como algunos tratan de invisibilizar opciones alternativas”, dice un estratega.

Pero hay otras sugerencias más delicadas. Por ejemplo, sugerir qué municipios encuestar o qué casas dentro de unas manzanas que haya definido la encuestador. En otras palabras, que se defina menos al azar quién termina elegido.

“Eso lo hacen mucho”, dice un estratega “Lo he visto directamente. Aunque para eso necesitan ser los que ponen la plata de la encuesta”.

Ese es otro elemento central: quién le paga a la encuestadora, porque cuando la campaña es la que da la plata, tiene más poder para presionar.

Lo usual, si las van a manipular y filtrar, es que algún aliado o financiador pague directamente la encuesta.

“A veces se niegan en la reunión, pero luego lo hacen”, explica otro “Y se lo recuerdan a uno, como un favor para que los siga contratando en el futuro”.

Esas encuestas, manipuladas, luego hay que filtrarlas a los medios. Y ese ya es todo otro capítulo de la forma en la que un político crera, acumula y reproduce su poder.

Nota: este capítulo forma parte de un libro que sacará La Silla Vacía en unos meses sobre cómo se alcanza y cómo se reproduce el poder.

Fui usuario y luego periodista de La Silla Vacía. Tras más de una década haciendo de todo en esta escuela de periodismo, de la que fui director editorial, me fui a ser lector y SuperAmigo. Ahora me desempeño como redactor jefe de El País América Colombia.